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El Cafelito

El Sol siempre Gira

El Sol siempre Gira Se tapó con la sábana. Arrugó la nariz debajo de ellas y frunció el ceño. No podía ser posible. Él ya no estaba tumbado a su lado, ¿a donde había ido? ¿cómo era posible que hubiera salido tan pronto?, Sol intentó volver a quedarse dormida pero no lo consiguió.
Salió como todos los días, camino de ninguna parte, intentando abrirse un hueco en eso que llaman sociedad.
Andando por la acera seguía pensando en él, en su rostro, en sus palabras de la noche anterior, cuando su silueta se convirtió en realidad para dejar de martirizar sus sueños.
Sol entró en la primera tienda que encontró y dejó su curriculum, total, cualquier trabajo le vendría bien, aunque en el fondo de su corazón sabía que aquello la estaba matando.
Ella era una buena periodista, sabía que valía y que algún día lo demostraría, pero no en este lugar ni en esta ciudad, Sol sabía que algún día tenía que encontrar la valentía de abandonar no sólo su ciudad sino también a él.
Rápidamente apartó ese pensamiento de su cabeza y siguió andando hasta el Puerto.

De vez en cuando iba allí, al Espigón de sus sueños, a hacer volar su imaginación, miraba a las gaviotas, todas juntas sobrevolando el mar, seguramente tras un objetivo, el objetivo que ella aún no encontraba.
Algún día, pensó, algún día me iré, no sé cuando ni como, pero yo también he de encontrar el valor de volar tras mi objetivo.

Sin darse cuenta el calor empezó a golpearle en la nuca, había estado tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de lo tarde que era.
Cogió el bolso apresurada y se dirigió al mercado, tenía que llegar antes de que María, la del puesto de frutas, cerrara.

En el Mercado siempre hacía una temperatura agradable, olía a fruta, a verdura y a pescado fresco, ese olor tan característico de su tierra. Sol se alegró de estar allí, con paso ligero divisó que María estaba a punto de echar la reja.

- María espera…
- Sol! Hay que ver hija mía, tú siempre la última.
- Lo sé, perdona, no me he dado cuenta de la hora que era.
- Bueno, te pongo lo de siempre no? Sus manzanas.
- Sí por favor, gracias.

Sol anduvo por el Paseo, buscando a Manuel con la mirada, rápidamente lo vio sentado en la misma orilla de todos los días. Se acercó a él por la espalda y antes de que llegara a él, la saludó.

- Hola Sol, que bueno que hayas venido.
- ¿Cómo sabías que era yo?
- No sé, siempre lo sé.
-Toma Manuel, te he traído tus manzanas.
-Gracias pequeña, tú siempre tan buena…

Manuel tenía la cara arrugada, sería por el viento que tantas veces había rozado su rostro en aquella orilla, tenía el pelo blanco- como el de su padre- y larga barba. Sus ojos eran del mismo color que el oceano, profundos. Algunos días los tenía brillantes y otros días revueltos. Exactamente iguales que el mar. Por eso, a Sol, su mirada le enternecía.
Escucha pequeña, hoy voy a contarte una historia, un relato que seguramente tu alma no entenderá al principio pero ya verás que pasado un tiempo, estas palabras retumbarán en tu cabeza y serán el eco de tu corazón. Ven, mira allí lejos, al horizonte, ¿ves algo?...

(El Sol seguirá girando mañana…)

2 comentarios

Carlos -

Que interesante...

...parece que la gente se apunta a esto de los seriales. Umhh... ahora comprendo como se siente la gente a la que dejo con la intriga.. q putada!

A ver que sucede cuando el sol gire una vez más.

María -

En el horizonte se veía todo, eran las nubes que inspiraban su imaginación, la fuente de la eterna juventud.