Blogia
El Cafelito

Relatos inesperados

Demasiado tarde...

“...Seguramente él pudiera haberle ofrecido mucho más, le podría haber dado más cariño y más amor del que le dio, pero sin saber por qué, no lo hizo. Simplemente dejó pasar el tiempo, los momentos y no iba a los lugares donde pudiera estar ella. En silencio sabía que quizás estuviera cometiendo una equivocación pero jamás hizo nada para remediarlo. Siempre la miró con ojos distintos, desde el principio, desde los comienzos de sus vidas, pero él siempre bajaba la mirada por el simple hecho de ser ella. Así pasó el tiempo y con él, ellos dejaron de ser niños para convertirse en personas adultas.

Una noche, se dieron mucho más de lo que hubieran imaginado, simplemente se dejaron llevar por un sentimiento que quizás antes ya estaba allí o quizás no, eso nunca lo sabrán. El caso es que ocurrió algo entre ellos, sin que lo esperaran, cambiando por completo sus esquemas, poniendo patas arriba sus vidas. Después de aquello ya nada volvería a ser como antes.

  Quizás él podría haber dado mucho más de lo que dio y quizás ella también hubiera podido hacer algo más de lo que hizo, pero no lo hicieron. Pasó el tiempo y se hicieron más adultos de lo que eran, ambos continuaron sus vidas, sus historias, sus amores y sus pasiones. Quizás en su interior a veces recordaban aquella noche, como algo lejano que ocurrió sin pensarlo, sin esperarlo, fue real y la vez incierto, porque quizás ninguno sabía lo que hacía...  Ahora ya es tarde, el tiempo transcurrió deprisa y las arrugas en sus rostros les devuelven a la realidad de sus vidas cada día..” 

Es curioso como cometemos errores en la vida, como vemos pasar ante nuestros ojos a personas especiales y las dejamos pasar, las dejamos ir como si no nos importaran más de lo necesario y quizás, sólo quizás, en un futuro nos arrepentiremos pero entonces nos damos cuenta de que ya es demasiado tarde y que ya nada tiene remedio. Alguien me dijo una vez que debía vivir la vida al máximo, sin dejar nada por hacer en el camino, sin arrepentirme de mis actos, actuar como me dictara el corazón en cada momento, no dejar nada por hacer y siempre agotar todas las vías posibles. Hasta ahora le he hecho caso y parece que sus consejos han dado el resultado esperado. Desde entonces no dejo nada en el camino, puede que quizás me arrepienta...pero sólo de lo que no he hecho...y funciona. Creedme que funciona.

Una historia..

Esperaba en una mesa de la plaza, con una taza de café sobre sus manos, a pesar de que la mañana era soleada corría una ligera brisa otoñal que refrescaba su cara. Intentaba mantener la calma. Su mirada estaba posada sobre el café, intentando perder su mirada en el líquido marrón, como buscando algo sobre el fondo que no era capaz de ver. Lo esperaba impaciente, intentado pensar qué le diría y cómo descubriría lo que hacía tiempo la tenía desconcertada. Tenía que saber que era lo que pasaba por su cabeza e imaginó que al verlo sus dudas se resolverían. Bebió otro sorbo de café y miró a su alrededor, una anciana estaba sentada sobre un banco y lanzaba migas de pan a los pájaros que revoloteaban a su alrededor. Sus ojos eran de un azul celeste, profundos como su mirada, parece que sonreían.
Por más que intentaba mantener la calma no lo conseguía, había pasado mucho tiempo y ambos poseían vidas paralelas, cada uno absorto en su trabajo y su vida, separados pero sin olvidarse. Él había sido el eje de su vida durante algún tiempo, pensaba que jamás podría estar sin perderse en su mirada. Había estado 11 años sin contemplarla. 
Una tarde ella cogió su maleta y desapareció, algo que aún no había logrado comprender hizo que se alejara, dejándolo atrás, fuera de su vida, de su alcance... Ahora ella había regresado y buscó el papel arrugado que había guardado como un tesoro, en él, su nombre en tinta negra parecía desgastado, y había escrito 9 números. Los 9 números que le unían a él. Terminó su café y pidió otro, necesitaba ahogar su nerviosismo.
 
De repente, su corazón se sobresaltó y sus pupilas temblaron sobre sus ojos, allí estaba él. Los años habían desgastado un poco su rostro, parecía más cansado, más hombre, pero su mirada estaba intacta, sus ojos seguían teniendo ese verde que la fascinaba...Al verla él sonrió, se acercó y se sentó delante de ella, sin decir palabra, se le había quedado mudo el corazón.
Se limitó a cogerle las manos y a sonreirle con la mirada. No hizo falta que se dijeran alguna palabra, ni un saludo, ni una sola explicación.
Ella comprendió en ese instante que su huída no había agotado su amor, y aquella mañana de otoño cuando ella se reencontró con él lo comprendió: da igual donde vayas y las vueltas que des en tu vida, porque si unos ojos te aman, nunca dejarán de mirarte de la misma forma... 

Encuentro

Aquel día no tenía ganas de salir, era domingo. Estaba roja por el sol, cansada y hambrienta, se hubiera tumbado en el sofá a ver una película y se habría quedado dormida. Pero en el último momento de la tarde la convencieron. Esta bien, iremos a la fiesta de la playa.
Llegaron las primeras, como siempre, y esperaron a los demás. En un primer momento no reparó en su presencia, lo saludó como si tal cosa y dejó que el tiempo fluyera. Coincidió a su lado en el corro de la arena, quizás fue ahí cuando le miró a los ojos por primera vez. Esta vez si reparó en él, había algo en su mirada.

Pero no se sentía extraña sino divertida, entre risas, chistes y copas lo descubrió. Increíble, pensó, no puede ser cierto...La noche empezó a contener cierto aire mágico y todo ocurrió con total normalidad. Una conversación y una mirada. Ahí terminó todo.

Pasó algún que otro día y ella no pensó en aquella noche, la noche en que lo conoció. Quizás debería olvidar, por eso no se permitió el lujo del pensamiento. Pero el destino jugó bien sus cartas y días después volvió a ver aquella mirada, esa vez no pudo rechazarla...lo intentó pero no pudo luchar contra aquello y se dejó llevar...

Después de aquella noche, un solo encuentro más y su mirada desapareció. Se esfumó. Ella tenía tan claro lo que había sucedido que no pensó ni por un sólo segundo en el futuro, en un futuro encuentro. Noche de verano, amor de verano...no tiene la menor importancia.

Pero aquella mirada...volvió. Y al contemplarla tuvo la sensación de que él ya no era un extraño, ni un juego, ni uno más...había algo en él que la desconcertaba. Pasaron algunos días juntos, cinco encuentros tal vez y bastaron. Ella sabe que la distancia no es sabia en amores y que quizás lo que compartieron no fue amor exactamente pero que fantástico fue conocerlo. Y aunque la vida o el destino nunca vuelva a unirlos en un mismo lugar, aunque no vuelvan a verse, aquellos encuentros habrán merecido la pena, porque lo que ella no sabía y no comprendía en ese momento, es que conocerlo a él haría algo verdaderamente increíble: que ella se conociera a sí misma...

El encuentro

El encuentro Sin poder dejar de mirarse, los niños, ahora casi adultos, se abrazaron fuertemente. Él la separaba de vez en cuando, la miraba sonriendo y volvía a abrazarla de nuevo, repitiendo una y mil veces que no podía creer que fuera ella de verdad...

Los tres amigos subieron al edificio donde habían crecido y reído millones de veces, al salir del ascensor ella parecía que había salido de una máquina del tiempo, se paró frente a la puerta de la que había sido su casa cuando era muy niña y se vio de nuevo en el umbral, de pie, comiendo zanahoria cruda que su madre le pelaba con cariño. Su amigo la sacó de su sueño para introducirla en otro más bello todavía: el presente junto a él. La casa de su amigo seguía prácticamente igual y sus padres no pararon de hablarle, sonreírle y decirle que había crecido mucho. Se sentó en el sillón y empezó a ver fotos de su amigo, fotos de cada año que no lo había visto, admiró su crecimiento, su época de pubertad y su cara de ahora, sus facciones eran más serias, quizás más duras pero mantenía esa mirada de pillo de cuando era un niño. Entonces se vio a ella misma en la televisión, en la comunión de su amigo. Recordó los días previos a ese día, lo emocionada que estaba porque se iba a reunir con su mejor amigo después de dos años sin verse. Vio en la televisión a dos niños ilusionados, muy sonrientes y agarrados por los hombros, muy juntos, muy cómplices.

Ella y él se veían en la televisión y de vez en cuando se miraban el uno al otro, con complicidad, con la misma ilusión de aquel día, sólo que ahora no habían pasado dos años, sino nueve.

Ella y él se fueron rápido de la casa, necesitaban estar a solas, sin nadie que les interrumpiera, tenían mucho que contarse...Caminaron muy juntos hasta el parque, hablando y riendo sin parar, coqueteando con la mirada. Recordaban historias de su infancia, los días de colegio, quien enseñó a quién a atarse los cordones de los zapatos...así hasta que llegaron al parque y se sentaron en un banco.
Siguieron hablando hasta que anocheció, no se habían dado cuenta de lo rápido que había pasado la tarde, ninguno de ellos había prestado atención a otra cosa que no fuera el otro.
De repente él se quedó muy serio y la miró durante largo rato en silencio, ella rió y le dijo que había puesto cara de persona adulta...él no dijo nada, simplemente agarró su cara y la besó. Fue un beso largo, silencioso, un beso de niños que han dejado de serlo, un beso cargado de nueve años sin verse...Todo el amor que los había unido de niños explotó aquella tarde, envolviéndolos en una nube de deseo hasta que la luna los despertó.

Ella se despidió de él con tristeza y él volvió a abrazarla, diciéndole que a ver si no volvían a pasar nueve años hasta que volvieran a verse, ella le juró que no y con lágrimas, esta vez silenciosas se despidió de él, de nuevo desde un coche.

Han pasado ocho años desde aquel día. No se han vuelto a ver. Quizás es culpa de ella, él no tiene manera de localizarla, ella sí. Ella ha vuelto a su ciudad y ha pasado millones de veces por delante de su puerta y jamás ha sido capaz de buscarlo. No ha sido capaz de coger el teléfono y marcar su número, que aún sabe de memoria. Al pensar sólo en la posibilidad de hacerlo un nerviosismo recorre su cuerpo y por miedo, echa ese sentimiento de su cabeza y sigue con su vida.
Están a punto de cumplirse nueve años...

La carta (primera parte)

La carta (primera parte) Se quedó largo rato mirando el buzón, ensimismada, embobada, absorta de lo que acababa de pasarle, era una carta de él. Al darle la vuelta al sobre tocó ligeramente las letras con sus dedos, estaba viendo su caligrafía, y había cambiado con el paso de los años. Ahora tenía letra de persona mayor, de adulto.

Esperó un rato antes de abrirla, sintiendo cada segundo de emoción y nerviosismo por el contenido de la carta, la miró fijamente un rato hasta que por fin, con manos temblorosas, la abrió.

La primera vez que la leyó lo hizo rápido, absorbiendo cada palabra, cada noticia que él le daba de cómo le iba la vida y no paró de sonreír. Él la recordaba todos los días. Se acordaba de la niña de pelo rubio y largo que vivía frente a su puerta, en el piso número once. La niña que jugaba a dar vueltas en el descansillo hasta que se apagaban las luces; la niña que compartía con él el pupitre en el colegio, la niña que le daba la mano por debajo de la mesa; la niña que compartió durante siete años sus juegos, sus sueños y sus primeros instantes de amor; la niña que un día se montó en un coche con lágrimas en los ojos rumbo a otra ciudad; la niña que no paró de saludarlo con la mano hasta que lo perdió de vista...Aún se acordaba de ella, todos los días cuando esperaba el ascensor se quedaba mirando la puerta de su casa y parece que la veía en el umbral, tan flaquita, con sus tirabuzones y sus ojos...

Ahora ella tenía su carta entre las manos y la leyó más de diez veces seguidas. Era de él, no podía creerlo...
Ella le contestó diciéndole que iría a verlo, a él y a su hermana. Durante todo el viaje a su ciudad natal no paró de temblar. Imaginó como estaría él ahora, creó su rostro en su cabeza, su cuerpo, sus ojos, creó muchas caras en su imaginación, iba a volver a ver a su amigo de la infancia, con el que tantas veces había soñado, al que tantas veces había imaginado!

Una vez en casa de su tía cogió el teléfono y marcó el número que tantas veces había marcado de niña, a escondidas de sus padres. Respiró aliviada cuando escuchó la voz de su amiga al otro lado de la línea, no estaba preparada aún para escuchar de nuevo la voz de él...

A las siete en punto de la tarde bajó del coche con la mirada de su tía transmitiéndole ánimo y cruzó la calle. Se quedó mirando el edificio donde había pasado los primeros años de su vida y seguía igual, con su color naranja ladrillo...miró al frente y vio a su amiga, corrió hacia ella y se abrazaron. Su corazón latía con fuerza y sus ojos tenían miedo de buscarlo a él...de repente una mano agarró su brazo y le dio la vuelta. Estaban uno frente al otro, nueve años después los dos niños se miraron, sonriendo con la mirada, muy quietos y con el corazón descolocado...

(Continuará...)

Sin título...

Sin título... Se dio la vuelta y apartó su cara, para que él no viera sus ojos, para que él no viera su rostro. Dándole la espalda notaba la mirada de él clavada en su espalda, pero ella no quería volverse, simplemente no era capaz de hacerlo.

En ese instante algo dentro de ella se había roto, se había marchitado a marchas forzadas, desvaneciendo cada alegría que había dentro de ella, sumiéndola en una gran tristeza, en un sentimiento hasta ahora desconocido para ella.

En décimas de segundo había dejado de importarle, como si su rostro, su cara y su cuerpo estuvieran hechos de un material invisible. Ya no quería volver a ver su cara, el desengaño y la decepción habían anulado todos los buenos momentos de su cabeza y en ese instante, con él observándola por la espalda sintió deseos de desaparecer, de hacerlo desaparecer al él, no de detrás suyo sino de todos los rincones de su piel, de su cabeza, de su corazón y de su vida...pero eso iba a ser difícil.

Muy despacio fue capaz de darse la vuelta, con la vista en el suelo, e hizo lo imposible por no desvanecerse cuando lo miró de nuevo, una última vez, y se sorprendió, porque ahora era él el que ocultaba su rostro, aquello no tenía sentido...

Descubriendo lo desconocido (II)

Descubriendo lo desconocido (II) Yo me quedé paralizada por la emoción y un miedo atroz empezó a recorrerme la columna vertebral. Sentía miedo de que tú fueras a escuchar los latidos de mi desbocado corazón.

-mmm, sí, tienen muy buena pinta...

Fue lo único que fui capaz de decir. Tú seguías mirándome fijamente y yo desvié mi mirada, era la primera vez que veía el color de tus ojos. Tenían un color azul profundo, el color del mar cuando está revulelto en un fría tarde de invierno.
Giré mi cabeza para que no notaras nerviosismo en mi mirada, entonces volviste a hablar:

- Perdona, ¿nos conocemos de algo?, tengo la impresión de haberte visto antes.
- No, seguro que no. Hasta luego.

Aún ruborizada solté la cereza y empecé a andar calle abajo, rápido y sin detenerme. Cuando atravesé mi portal empecé a respirar de nuevo, cada vez mejor, hasta recuperarme del todo. Estuve todo el día con sus ojos en mi pensamiento, con su mirada penetrante, descubriéndome...Esa noche no fui capaz de ir hasta su ventana.

Al día siguiente al llegar del trabajo me quedé paralizada al ver sobresalir de mi buzón algo naranja. Era mi abanico, debajo de él había un sobre. Recogí todo rápidamente y subí a mi casa. Una vez dentro abrí el sobre y esto fue lo que encontré:

-“ Esta noche no has venido, he estado mirando de reojo hacia la ventana toda la noche, a veces a través de las cortinas para que tú no notaras que yo también te observo. Supongo que jamás imaginaste que yo te encontré primero. Nunca supiste que te miraba desde el autobús. Cada mañana te veía pasar por la misma calle, nunca cambiabas de acera. Te observaba cada día de manera desesperada, me repetí mil nombres en mi cabeza, para ver cual era el que mejor te iba. Aún no he encontrado ninguno.
Un día te seguí hasta el trabajo, iba muy distanciado por eso no notaste mi presencia. Descubrí tu nombre y donde vivías y fijaté lo que son las coincidencias de la vida. Vivías en frente mía y jamás te había visto. Tu ibas andando cada día y yo en autobús. Desde entonces he vivido inmerso en una ilusión. Siempre habías sido como un sueño, hasta el día que te vi observándome...desde entonces he vivido escondido, aterrorizado porque no me vieras mirarte, aterrorizado de mis sentimientos. Hasta que ayer te vi en la frutería y me dije que era el momento, me hice el valiente y te hablé. Después saliste corriendo y yo pude notar que temblabas, entonces pensé que tu sientes lo mismo que yo y sólo fui capaz de escribir esta carta que ahora tienes en tus manos. Detrás pone mi dirección, por si tú también te haces la valiente...Hasta pronto, un desconocido..."

Terminé de leer la carta y me quedé inmóvil, sin saber por qué empecé a llorar desesperadamente, pidiéndole a Dios que no fuera un sueño. Me limpié las lágrimas y me armé de valor. Salí a la calle corriendo y crucé hasta la otra acera, aún con la carta en la mano. Subí hasta el tercer piso y toqué al timbre. No fui consciente de lo que hacía hasta que te ví al otro lado, embobado, muy quieto. Ahora eras tú el que temblaba.

- Me llamo Ana...

Descubriendo lo desconocido (I)

Descubriendo lo desconocido (I) Todas las noches me acercaba silenciosa a tu ventana, para ver si te veía a través del cristal, con tu pelo moreno y tu mirada distraída. Tú desconocías del todo mi existencia y yo no sabía ni tu nombre, ni a que te dedicabas, ni siquiera si tenías esposa e hijos.

La primera vez que te vi, yo había sacado mi cabeza por la ventana para tomar aire, a ver pasar a los desconocidos, a veces me pongo a recrear sus vidas y creo historias imaginarias en mi cabeza. Aquel medio día tú saliste de un portal con un casco en la mano, llevabas un jersey azul claro y un pantalón vaquero. Tu tez era morena y tu pelo largo, negro y revuelto. Al verte no pude crear ninguna historia en mi cabeza, me quedé completamente quieta, con mi mirada fija en cada uno de tus movimientos. Te montaste en la moto y te alejaste. Yo te observé hasta que mi mirada ya no pudo seguirte.

Desde entonces todos los días a la misma hora me sentaba delante de la ventana y te esperaba. Sabía a la hora que llegabas y a la hora que te ibas. Tú no sabías nada absolutamente de mi. Muchas veces cuando te observaba te miraba fijamente, deseando que tú levantaras la vista y me miraras, aunque sólo fuera por una décima de segundo.

El otro día descubrí donde vivías, y cada noche voy a tu ventana, para ver tan solo un ligero reflejo de tu persona. Te veo moverte a través de las cortinas, veo como ves la televisión...ahora que hace calor abres las ventanas y puedo verte perfectamente con la luz de las farolas.

Creo que me estoy obsesionando contigo, un total desconocido para mi. Si algún día supieras que yo te observo...cada día, desde el mismo lugar, soñando contigo, contando las horas para salir al balcón, deseando que se haga de noche para verte al trasluz...

Y tú sin saber que yo te grito desesperadamente que simplemente me devuelvas la mirada.

Ayer yo iba caminando por la misma calle de siempre, volvía del trabajo. Eran las dos de la tarde más o menos, hacía calor, mucho calor y yo llevaba un abanico de color naranja. Me paré un segundo en la parte trasera de la frutería de Manolo, vi que habían traído cerezas, mi fruta favorita.

El abanico me tapaba la visión cuando noté una presencia, alguien se paró a mi lado. Sin saber quien era, yo empecé a abanicarme con más fuerza, empecé a tener mucho calor.

De repente una voz ronca y dulce me sobresaltó:

-¿Tienen buena pinta las cerezas verdad?

Aparté el abanico y me quedé sin habla. Mi corazón se detuvo y mi rostro se ruborizó, haciendo que el abanico cayera al suelo ruidosamente. Eras tú, mi desconocido, mi amor soñado...que me mirabas fijamente, directamente a los ojos. Tenías una cereza en la mano y me estabas sonriendo.

Recordando a Zipi y Zape

Recuerdo perfectamente el día que se conocieron, fue una noche en una discoteca de moda de aquel recóndito pueblo, donde habían llegado para estudiar durante cuatro años una carrera universitaria. Desde el primer momento empezaron a hablar y luego resultó que estaban en la misma Residencia, en el mismo bloque y que vivían una encima de la otra, juntas pero en distintas habitaciones.

Es curioso como las personas pueden ser de repente muy amigas, de repente no ser nada, si acaso una compañera de la universidad, eso sería ella para la otra, sólo eso, si todo hubiera sido diferente.

Con el paso de los meses de aquel primer año de carrera, esas dos niñas alocadas de pelos rizados, una rubia y otra morena, se ganaron a pulso el título de Zipi y Zape.
Lo hacían todo juntas, menos ir a clase, porque una iba por la mañana y la otra por la tarde.
El resto del tiempo no se separaban nunca. Cenaban juntas, veían la tele juntas, hablaban hasta altas horas de la madrugada juntas, iban al Bross juntas, pasaban domingos enteros estudiando juntas, se inventaban sevillanas juntas, cometían locuras juntas, iban a Sol juntas...y así todas las cosas típicas de dos niñas que es la primera vez que salen de su casa y al final se encuentran.

Aquel primer año, ella era su otra mitad. Su mejor amiga, su zape, ella era sus risas y también sus lágrimas. Y de repente un día, sin saber cómo, las eternas Zipi y Zape dejaron de ser lo que eran. No sé quién tuvo la culpa, quién se distanció de quién, quién encontró otros hombros, pero el segundo año todo cambió. Quizás simplemente, fueron ellas las que cambiaron.

Por supuesto, nunca dejaron de ser amigas, iban en el mismo grupo, salían juntas, pero nunca fueron tan amigas como al principio de aquella experiencia.
Pero lo más triste de la historia de estas dos Zipi y Zape no es eso, sino que ahora se han distanciado del todo. Como si nunca hubieran existido, no se ven, no se hablan, ya ni siquiera se conocen...es demasiado triste para pensarlo.
Dejar pasar el tiempo, los momentos, las llamadas, dejar de ser amigas.

Ella quizás no lo sepa, quizás ya no piense en ello y no se acuerde de aquella amiga que una vez tuvo, pero Zipi si la recuerda y muchas veces desearía coger el teléfono, marcar su número y preguntarle simplemente cómo le va la vida, pero sigue dejando pasar el tiempo, sabiendo dentro de sí misma que lo está haciendo mal pero quizás tenga miedo, quizás sienta vergüenza porque quizás ya es demasiado tarde...

El regalo

Ayer corté una flor y quise ir a regalártela
pero necesitaba ir más allá
para que supieras apreciarla.

Intenté que tú la olieras desde lejos
que la admiraras como yo te admiraba a ti.
Ayer corté la flor de mis sueños
y quise ir a llevártela,
para que tu al verla,
sintieras lo mismo que yo.

Caminé con ella en la mano,
mirándola de reojo de vez en cuando
para cerciorarme de que no se estaba marchitando,
exactamente igual que hago contigo cuando te veo, a escondidas.

Esa flor era mucho más que un regalo,
mucho más que una simple flor,
era una flor mía para ti.
Quise ir a llevártela y no hablarte,
ni mirarte si quiera, ni rozarte con mi mano.

Simplemente ofrecerte ese pequeño detalle,
ese pequeño retazo de mi corazón
para que tú la tuvieras
para que la pusieras en agua
y al verla día tras día
recordaras el día en que te la di.

Ese era el propósito de mi visita nocturna,
cuando fui con mi flor en la mano hasta tu ventana.
Había luz y vi tu reflejo desde la calle,
parecías triste, tremendamente triste...

Quise alegrarte con el olor de la flor, con su color,
para que supieras de mi existencia,
pero no me abriste la puerta...
Desde el quinto piso observaste como me alejaba,
callada, silenciosa como siempre...

Al día siguiente abriste la puerta
que por la noche había estado cerrada,
entonces la viste.
Viste una flor roja sobre el escalón del portal,
ya marchita y sin olor,
pero la cogiste y la guardaste en tu bolsillo,
como el mayor regalo que te habían hecho jamás.
Para mi eso fue suficiente...
(esta mañana vi una flor roja, marchita, en un portal...y esto ha sido lo que me ha inspirado)

Recuerdos...

Recuerdos... Abrió los ojos despacio y estiró el brazo, se movió ligeramente en la cama y sacó la mano de debajo de la almohada. Volvió a tocar el otro extremo de la cama y estaba vacío, él ya no estaba allí.

En ese momento sintió deseos de llorar, porque ella misma lo había echado, sin darle ninguna tregua, lo alejó de manera inconsciente y ahora lloraba con los ojos secos su ausencia. En realidad todo había ocurrido muy deprisa, como rápido había sido su amor, igual de ligeros que sus abrazos.

Ella estaba enfadada consigo misma al notar el vacío al otro lado de la cama, estaba vacío, otra vez, igual que su corazón, aún soñoliento. Estaba enfadada con su propio corazón, con sus propios sentimientos que la confundían. Ella ya no podía ver aquello con lo que al principio vivía y soñaba, amaba y anhelaba. Había intentado por todos los medios reconciliarse con sus sentimientos pero había sido inútil. Como inútiles habían sido los intentos por salvar su amor, ese amor que habría sido grandioso si todo hubiera sido diferente.

Pero la cama ya estaba vacía. Ya no había vuelta atrás. Y eso la ponía triste porque a veces tenía la extraña sensación de que no había luchado lo suficiente, que no había sabido mantenerlo a su lado. Pero ya era una decisión tomada y podía o no ser una decisión equivocada pero la realidad era que ya era un hecho.

Que extraño resultaba a veces el amor...te atrapa y te deja absorbida y de repente te suelta, como en un mar revuelto y tú tienes que mantenerte a flote por todos los medios, luchando día a día para no hundirte.

Aquella mañana ella hundió la cabeza en la almohada, intentando tranquilizar a su corazón nervioso que a veces anhelaba un amor perdido y desafortunado. Un amor que a veces la confundía pero en el fondo de sí misma sabía que era lo mejor, no solo para ella también para él. Entonces sonrió.

La despedida

La despedida Iba hundiendo los pies descalzos en la arena cálida de la mañana, el mar estaba tranquilo y el sol reflejaba sus rayos imponentes en el agua cristalina, las gaviotas sobrevolaban el cielo y a veces lo hacían muy cerca del agua e incluso mojaban sus picos para beber y referescarse. Corría una ligera brisa matinal con olor a mar y le revolvía ligeramente sus cabellos dorados. Iba caminando despacio por la orilla, mojando sus pies en el agua fresca, pensativa, con la mente muy lejos. Pensaba en una despedida, la despedida que estaba a punto de producirse.
Cerró los ojos y se detuvo, aspiró fuertemente en olor del mar, como si quisiera que toda la esencia de la playa aquella mañana llenara sus pulmones, para notar la vida dentro de ella. Abrió los ojos y observó el mar, la claridad del sol le molestó al principio pero luego acostumbró a sus ojos a tanta belleza y miró detenidamente el horizonte...qué lejos estaba. Al igual que sus sueños...ellos también estaban lejos, pero ella iba a recuperarlos aquella mañana. En cuanto fuera capaz de despedirse.
Había elegido aquella playa para hacerlo, tenía que ser allí, en esa misma orilla, con esa misma arena bajo sus pies.
Siguió caminando, pensativa e incluso se mojó hasta las rodillas, necesitaba que el agua refrescara no solo su cuerpo sino también su mente y su alma. De nuevo se detuvo y miró a ambos lados, el agua y la arena...esos si que estarían siempre juntos, formando una sola cosa. Ella volvió a clavar su vista en el lejano horizonte y se armó de valor.
Fue despojándose de todos los recuerdos que la atormentaban. Uno a uno y muy despacio. Sólo los malos, los buenos los dejó para que suavizaran su alma. Se despidió de cada uno de ellos. Se los arrancó y los tiró al mar...

Al cabo de unos segundos su respiración había cambiado, ya no era tan pesada y al caminar ganó en el paso, pues era mucho más ligero que hacía unos minutos.
Volvió a hundir los pies en la arena mojada y notó el frescor de la arena y el agua del mar juntos...entonces sin saber por qué, sonrió. Empezaba a sentirse feliz, otra vez y por fin, pero esta vez, para siempre.

La anciana del 4º piso

La anciana del 4º piso Creo que se llamaba María, sí, creo que si. Vivía en la calle Jorge Juan, cerca de la plaza de Cólón de Madrid, en un edificio de estilo renacentista, con una fachada ciertamente impresionante. Almudena me dijo un día que tenía que presentarnosla, que era una mujer tremendamente inteligente y entrañable, una de estas personas que marcan tu vida con solo verla una vez.
Aquella tarde hacía mucho calor en Madrid, era junio e Isa y yo habíamos cogido el autobús desde Villa después de comer para pasar la tarde en Madrid. Empezamos a subir las escaleras hacia la casa de María. Almudena iba delante, después Isa y yo, muy cerca la una de la otra, intrigadas por ver a esa mujer que vivía sola en una casa tan grande.
Nos abrió la puerta una mujer colombiana, imaginé que era la que la cuidaba y con una cálida sonrisa nos invitó a pasar. Nada más entrar me quedé asombrada por la altura del piso, más de 4 metros separaban el suelo del techo, las paredes estaban atrapadas por el paso del tiempo, el suelo hacia como pequeñas montañas, debido a la de pasos de personas que lo habían recorrido. Almudena nos dijo que nos fijáramos en los tapices de las paredes, que tenían más de un siglo de antiguedad. Isa y yo no hablábamos, sólo mirábamos a nuestro alrededor. Llegamos a un gran salón de gigantescos ventanales, la luz entraba a raudales y en un principio nos costó acostumbrar la vista a tanta claridad. Olía a humedad. El salón era de un color rojizo y sus paredes estaban llenos de cuadros y tapices, parte del techo estaba medio derruido, en el centro había una mesa grande de madera, con sillas robustas a su alrededor, a la derecha había dos cómodas butacas de color verde botella y entonces, vimos a María.
Me impresionaron sus ojos, grandes y luminosos, grandes conocedores de la historia por todo lo que habían visto. Su pelo era blanco como el algodón, sus manos apenas temblaban, algo inusual en una anciana, estaba ahí sentada, agarrada a su bombona de oxigeno, prisionera de ella. Al vernos sonrió y su rostro se iluminó, dándonos las gracias por ir a visitarla, le encanta la gente joven porque trae frescura y juventud no solo a su casa, también a su vida y "al escucharos despertáis mi corazón", nos dijo con voz paciente. Se levantó como pudo y nos dio dos sonoros besos a cada una. Con paso lento nos enseñó su casa y en cada estancia se detenía pensativa, miraba todo con sus grandes ojos y nos contaba la historia de cada habitación. Sus pinturas, sus paredes, las fotografías. María fue extremadamente guapa en su juventud. Durante el recorrido por las habitaciones yo observaba todo en silencio, de vez en cuando Isa y yo nos mirábamos con complicidad, estabamos asombradas, transportadas a otra época, a otra vida. Y así pasamos la tarde.

Al despedirme de María le di un fuerte abrazo, era como si la conociese de toda la vida, ella nos rogó que volviéramos a visitarla algún otro día y que nos seguiría contando historias de su juventud, que así ella se sentía viva y joven de nuevo.
Al abandonar el edificio Isa y yo estuvimos calladas un buen rato, andando por la calle, nos costó volver a la realidad.

Los jueves por la tarde

Los jueves por la tarde Gloria estaba nerviosa ese día porque era jueves y los jueves por la tarde era un día especial. Salió a la terraza con la regadera, para regar una por una todas las macetas que tenía en la pequeña terraza. Le encantaban las flores y el olor que desprendían porque la transportaban a otro lugar; si cerraba los ojos, podía ver la Hortiza, la finca de su pueblo tan querido donde había criado a sus once hijos. Volvió al presente y miró la bulliciosa calle Santa Fe, nada tenía que ver ese paisaje con el de sus pensamientos pero ella era feliz en esa ciudad que tan bien la había acogido y donde vivían desde hace ya muchisimos años.

Terminó de regar y entró al salón, ya era hora de prepararlo todo porque dentro de un rato llegarían todos. Preparó la cafetera y los pasteles y se cercioró de que hubiera guardado bien la bolsa de caramelos; sus nietos adoraban los caramelos de piñones que ella les compraba. Después de preparar la mesa de la merienda, volvió a la cocina y puso encima de la mesa un mantel viejo, dos grandes cuencos con agua y dos paquetes de harina. Al prepararlo sonrió para sus adentros, cuanto disfrutaba al ver como sus nietos se ensuciaban las manos con la harina, con sus ojitos resplandecientes y sus caritas ensuciadas de blanco, había tanta inocencia en ellos...

El timbre la sobresaltó y fue a abrir a la vez que anunciaba a su marido que todos habían llegado. El jueves era día de reunión familiar, sus hijas y nueras iban a su casa con todos sus nietos a merendar y a pasar la tarde junto a ellos. Mª Gloria amaba los jueves. Al abrir la puerta sus nietos entraron gritando, dándoles besos y enseñándoles sus progresos de la semana. En realidad era una locura meter a tanta gente en el pequeño piso donde vivían pero Gloria disfrutaba enormemente con tanto jaleo. Ella siempre había querido tener una gran familia para nunca sentirse sola ya que desde muy pequeña había quedado huérfana de padre y de madre y se había criado con su abuelita.

Se tomó el café rápido con sus hijas, charlando de sus cosas y se levantó para reunir a todos sus nietos en la pequeña cocina. Sacó su bolso y todos sonrieron al saber lo que encontrarían dentro. Cada uno metió su manita para coger dos caramelos. Luego Gloria obligó a sus niños remangarse los jeresys para no ensuciarse y gritó el tradicional manos a la obra. Que sensación la de ese instante, ver en las caras de sus nietos la imagen de la alegría y la travesura, sabiendo que sus madres decían que su abuela estaba loca por permitir algo así, que los malcriaba...¿pero que había de malo en un poco de harina con agua?.

Lo que Gloria no sabía en ese momento es que sus nietos recordarían por siempre esos jueves en casa de sus abuelos, donde su abuela los acogía con gran ternura, con sus suaves manos, su voz ronca y dulce a la vez, con su pelo blanco con sus dos peinetas de carey y su traje gris de flores. Con esos abrazos tan llenos de ternura. Los jueves por la tarde siempre quedarán en la memoria de sus nietos como un día mágico, donde su abuela Gloria les enseñaba a hacer figuritas de harina.

( Este relato inesperado ha sido inspirado por otro relato, el de Marta Galatea y su post titulado "Abuela". Gracias Marta porque al leerlo me hiciste recordar a mi abuela paterna. Hacía mucho tiempo que no escribía nada sobre ella, quizás porque hace mucho tiempo que se fue pero eso no quiere decir que no la recuerde, por eso le dedico a ella, a mi abuela, este pequeño homenaje!)

Mi clase imaginada

Mi tía dice que cuando llegó aquella mañana a mi casa, mi madre le abrió la puerta con el dedo posado sobre sus labios:

- Shhhh, no hagas ruido, ven, que te quiero enseñar una cosa.

Mi madre parecía una niña pequeña y mi tía se sentía verdaderamente intrigada cuando mi madre la llevaba por todo el pasillo de la mano, entre risas calladas.

Mi tía me cuenta que a medida que se acercaban a mi habitación, iban escuchando voces, de todo tipo, más graves, más gritonas, más aniñada...Mi tía le preguntó a mi madre:

-Pilar, ¿con quién esta la niña tan temprano?, cuanta gente!!!.

Mi madre comenzó a reirse, emocionada. Al llegar a mi habitación mi madre abrió la puerta muy despacito, para que yo no me diera cuenta y con la puerta entreabierta, las dos empezaron a mirar al interior, riéndose por lo bajo, espiando a una niña de cuatro años...
Mi tía ahogó un gritito de asombro cuando se percató de que en la habitación estaba yo sola. No había absolutamente nadie conmigo, a pesar de que ella había escuchado muchas voces a medida que se acercaban a mi cuarto.

Mi madre la miró y le dijo: "verás, obsérvala..."

Allí estaba yo, con mi pijama rosa desaliñado, mi pelo largo y rizado, ya enredado por el juego, sentada en medio de la habitación, eso sí, rodeada de toda clase de muñecos.
Según mi tía, los tenía perfectamente ordenados en círculo. Había bebés, algún que otro oso, un perro grande, muñecos de plástico, alguno de ellos sin un brazo o sin una pierna, había una barbie e incluso un pequeño pony. Yo tenía una libreta en la mano y un boli y era la profesora más exigente que había. Yo regañaba a mis alumnos y ellos me hablaban a mi. Mi tía y mi madre estaban embobadas mirándome, no entendían como una niña tan pequeña podía hacer tantísimas voces distintas.

De repente yo me volví y las miré asombrada mientras ellas me espiaban emocionadas, y como dos niñas pequeñas que han hecho algo malo, cerraron la puerta entre risas. Esperaron unos segundos y yo volví al ataque, regañando a Pepito porque no había hecho un ejercicio de matemáticas...

Mi clase imaginada

Mi tía dice que cuando llegó aquella mañana a mi casa, mi madre le abrió la puerta con el dedo posado sobre sus labios:

- Shhhh, no hagas ruido, ven, que te quiero enseñar una cosa.

Mi madre parecía una niña pequeña y mi tía se sentía verdaderamente intrigada cuando mi madre la llevaba por todo el pasillo de la mano, entre risas calladas.

Mi tía me cuenta que a medida que se acercaban a mi habitación, iban escuchando voces, de todo tipo, más graves, más gritonas, más aniñada...Mi tía le preguntó a mi madre:

-Pilar, ¿con quién esta la niña tan temprano?, cuanta gente!!!.

Mi madre comenzó a reirse, emocionada. Al llegar a mi habitación mi madre abrió la puerta muy despacito, para que yo no me diera cuenta y con la puerta entreabierta, las dos empezaron a mirar al interior, riéndose por lo bajo, espiando a una niña de cuatro años...
Mi tía ahogó un gritito de asombro cuando se percató de que en la habitación estaba yo sola. No había absolutamente nadie conmigo, a pesar de que ella había escuchado muchas voces a medida que se acercaban a mi cuarto.

Mi madre la miró y le dijo: "verás, obsérvala..."

Allí estaba yo, con mi pijama rosa desaliñado, mi pelo largo y rizado, ya enredado por el juego, sentada en medio de la habitación, eso sí, rodeada de toda clase de muñecos.
Según mi tía, los tenía perfectamente ordenados en círculo. Había bebés, algún que otro oso, un perro grande, muñecos de plástico, alguno de ellos sin un brazo o sin una pierna, había una barbie e incluso un pequeño pony. Yo tenía una libreta en la mano y un boli y era la profesora más exigente que había. Yo regañaba a mis alumnos y ellos me hablaban a mi. Mi tía y mi madre estaban embobadas mirándome, no entendían como una niña tan pequeña podía hacer tantísimas voces distintas.

De repente yo me volví y las miré asombrada mientras ellas me espiaban emocionadas, y como dos niñas pequeñas que han hecho algo malo, cerraron la puerta entre risas. Esperaron unos segundos y yo volví al ataque, regañando a Pepito porque no había hecho un ejercicio de matemáticas...

Un nuevo amanecer

La arena estaba aún caliente
y todo el cielo estaba cubierto de estrellas,
María sólo quería enredarse en el cuerpo de él,
para abrazarlo fuerte y pensar que él nunca se iría.

Lo besaba como si no fuera a hacerlo jamás,
lo miraba para retenerlo por siempre en su memoria,
sabiendo que aquel desconocido había pasado directamente a su corazón,
sin necesidad de la etapa de conocimiento.

Aquella noche ella empezó a creer en el amor a primera vista,
porque nada más verlo en aquel bar, sintió como si ya nada ni nadie
podría borrar aquellos ojos de su cabeza.

Hechizada, voló con él en su imaginación y recreó aquella noche en su cabeza
millones de veces, cerrando los ojos e imaginándolo,
intentando construir una imagen de él.

Pasaron casi tres años desde aquel amanecer,
desde aquella locura junto a él,
desde aquel sueño hecho realidad.

Y de repente...él volvió. María no podía creerlo pero alli estaba,
el niño que ella conoció se había convertido en un hombre maravilloso.

María lo miraba y lo miraba, incapaz de creer que fuera él
y que el reencuentro que ella tantas veces había imaginado se estuviera produciendo.

Volvieron a la arena, esta vez fría,
había nubes en el cielo y no se veían estrellas,
María volvió a abrazar a aquel hombre,
no sólo con el cuerpo, también con el alma.

Lo besó como jamás había besado a nadie,
lo abrazó con tanta fuerza que hasta le dolió y no podía dejar de mirarlo,
para cerciorarse de que no estaba imaginando, que él ya no era un sueño...

Otro amanecer juntos, el destino había vuelto a unirlos ´
pero esta vez de una manera más fuerte.

Si la verdadera felicidad existe,
ella ya la había sentido,
esa nueva noche, en ese nuevo amanecer,
otra vez y por fin,
de nuevo entre sus brazos.

Margarita

Margarita andaba deprisa esta mañana, llevaba un pantalón morado y una sudadera naranja con cremallera. El pelo ya lo tenía muy largo, casi por la cintura y es color azabache. Andaba esquivando a los peatones que circulaban deprisa camino de sus trabajos a aquella hora de la mañana. Eran las 8:50 a.m y esperaba llegar a tiempo a su nuevo trabajo. Al pasar por la puerta principal de la Catedral, la miró de frente y se santiguó. Costumbre que le había enseñado su abuela Nana, ella siempre le decía:
"Margarita mi niña, siempre que pases por la puerta de una iglesia, debes saludar al señor...".
La iglesia era distinta, el país y la ciudad donde se encontraba también, pero ella siempre lo hacía en honor a su Nana.

Esta mañana su mirada era diferente, sólo llevaba dos meses en España y aún no se acostumbraba. Estaba cansada, porque dormía en una pequeña habitación con tres chicas más y sólo había dos colchones por lo que tenían que turnarse para ocuparlo. La pasada noche a ella le había tocado el suelo.

Llevaba una bolsa con el uniforme dentro. Menos mal que su amiga Lena, una ucraniana de pelo rubio y grandes ojos de color avellana se lo había regalado junto con ese trabajo antes de regresar a su país natal. Llevaba sólo una semana en la agencia de azafatas pero se defendía muy bien, servir canapés y copas y sonreir constantemente, era algo que había aprendido desde muy pequeña.

Esta mañana, Margarita pensaba en su Nana, que a esa hora debía de estar acostando a su hermano pequeño, Rafael, en la cama que daba a la ventana. Después iría a la pila y con agua helada se refrescaría la cara, seguro que había hecho mucho calor ese día. Se lavará las manos, agrietadas a causa del trabajo y de la lucha diaria. Ahora tenía más trabajo porque con dos niños y sin Margarita, no paraba en todo el día.
Nana, desde algún pueblecito recóndito de la montañosa Chile también pensaba en su niña, su Margarita, que se había embarcado en un viaje a ninguna parte, en busca de dinero para sacar a su familia adelante, Nana sonrió ligeramente y pensando en su niña se quedó dormida.

Al otro lado del mundo, Margarita dejó de pensar en su Nana y se limpió una lágrima, debía ser fuerte. Miró el reloj de la calle y se dio cuenta que llegaba tarde y se apresuró, no quería que su jefe volviera a regañarla, necesitaba mucho ese trabajo.

Agradecimientos: Quizás no se llama Margarita y quizás no es chilena, pero ayer iba caminando delante mía por la calle y me llamó la atención como se santiguó mirando a la catedral. Hoy esto es para esa chica de pantalón morado y sudadera naranja que ayer caminaba delante mia por la calle. Para ella y para todas las posibles Margaritas.

Ella podría...

Ella podría estar ahora mismo paseando por una calle, con el sol ilúminándole su pelo color caoba, podría estar llevando un carrito, con un niño pequeño dentro que gira la cabeza para sonreirle a su abuela. Agarrados del carrito, podrían ir sus otros tres nietos. Ella les compra piruletas en el quiosco de la esquina y le dice al mediano que no discuta con su hermano pequeño.
Ella podría estar riendo junto a ellos y junto a su hija mayor, que va más para atrás agarrada de su marido, mirando ensimismada a una abuela enamorada de sus nietos.

Ella también podría estar en un sofá, ya de madrugada, esperando a que sus dos hijas pequeñas, ya adolescentes, lleguen de una noche sin fin. Ella podría estar pensando en lo que les diría cuando las viera aparecer...

Ella también podría estar en un supermercado, con su mejor amiga, riéndose de lo lleno que llevaban el carrito. Ella también podría estar con esta misma amiga, paseando por el paseo marítimo, tomándose el cafelito que tanto adoraba. Riéndose las dos de las historias de sus murciélagos nocturnos.

Hoy ella podría estar aconsejándole a su hija pequeña sobre lo que tiene que hacer, ella podría estar abrazándole fuerte, aunque ella no era muy de besos y abrazos, prefería darlos con la mirada y con su risa.

Ella podría estar también sentada en un bonito restaurante, sentada mirando enamorada a su pocho, después de más de cuarenta años de matrimonio...soñando aún con esa juventud que compartieron...

Ella podría estar también junto a sus cuñadas, a las que siempre amó como hermanas. Pero seguramente, ella estaría otra vez jugando con sus nietos, adorándolos cada vez que le dijeran abuela. Dándoles los besos y abrazos que ellos le pidieran, porque ya se sabe, los nietos son los nietos...

Ella también podría estar en su peluquería de siempre, riéndose con us amigas y coqueteando con su pelo recién peinado, moviéndoselo suavemente con su mano, con la cabeza echada ligeramente para atrás...con ese gesto tan suyo, mirando por encima de sus gafas de filo rojo...

Ella también podría estar metiendo alguna comida en el horno, quizás lo preferido por sus hijos, sus macarrones con tomate y bechamel...

Ella podría estar viendo y haciendo tantas cosas...
Pero alguien quiso que se fuera. Y aunque no podemos verla en todos esos momentos, sí podemos sentirla.

Te adoro, ya lo sabes.

besitos

La historia de la botella

La historia de la botella Era se una vez, el último botellón del verano en la playa. Y era se una vez también una botella gigante de coronita de esas inflables. Cuando dos niñas, desesperadas por buscar un lugar de esos escondidos entre las hamacas para realizar...una necesidad urgente, iban cogidas del brazo, no pasando desapercibidas que digamos para los hamaqueros que vigilaban la playa... La felicidad era plena y el alcohol también estaba pasando a ser pleno dentro de ellas. Bien, un rincón, no te ve nadie, ponte ahí...etc etc cuando de repente una de ellas exclamó: ¡mira que guay!!!! esto es para mi...la botella colgaba alegremente de una especie de bungalow pequeñito convertido en hamaca gigante, no sé si me entendéis. Y ella, ni corta ni perezosa arrancó la botella de donde estaba colgada. Las risas y las carcajadas iban a delatarla ante los hamaqueros, acechando con sus linternas cualquier movimiento. Casi a gatas, sintiéndose casi como delincuentes, las niñas abandonaron el lugar del delito, borrachas más de la risa que de las copas y con una botella de plástico más grande que ellas debajo del brazo. Cuando las otras las vieron aparecer no daban crédito a lo que veían. ¿Por qué habéis tardado tanto???? Risas y más risas. Lo gracioso de la historia no es el robo de la botella en sí, sino lo especial del momento. Fue uno de esos instantes en que la risa te embriaga y te duele hasta la barriga de reirte. Una noche más de verano, una de miles pero especial simplemente por una botella de plástico.
Los momentos pasan rápido, casi sin darte cuenta, algo que has deseado que ocurra, una noche, un día, una fecha concreta, y de repente...ese fin de semana pasa volando...Lo que no desaparecen son los momentos vividos, grabados en tu memoria.
Pinceladas de recuerdos, alguna carcajada que no olividarás nunca.
Y así, todo lo que vives nunca desaparece del todo si lo que viviste lo hiciste con intensidad.
Esa botella no ha desaparecido de sus vidas, aún sigue colgada. Pero esta vez, en la habitación de una de ellas. Y al mirarla es más que una simple botella de plástico.

PD: Sarita, Benabola ya nunca es lo mismo sin ti. Te quiero mi niña!.