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El Cafelito

La anciana del 4º piso

La anciana del 4º piso Creo que se llamaba María, sí, creo que si. Vivía en la calle Jorge Juan, cerca de la plaza de Cólón de Madrid, en un edificio de estilo renacentista, con una fachada ciertamente impresionante. Almudena me dijo un día que tenía que presentarnosla, que era una mujer tremendamente inteligente y entrañable, una de estas personas que marcan tu vida con solo verla una vez.
Aquella tarde hacía mucho calor en Madrid, era junio e Isa y yo habíamos cogido el autobús desde Villa después de comer para pasar la tarde en Madrid. Empezamos a subir las escaleras hacia la casa de María. Almudena iba delante, después Isa y yo, muy cerca la una de la otra, intrigadas por ver a esa mujer que vivía sola en una casa tan grande.
Nos abrió la puerta una mujer colombiana, imaginé que era la que la cuidaba y con una cálida sonrisa nos invitó a pasar. Nada más entrar me quedé asombrada por la altura del piso, más de 4 metros separaban el suelo del techo, las paredes estaban atrapadas por el paso del tiempo, el suelo hacia como pequeñas montañas, debido a la de pasos de personas que lo habían recorrido. Almudena nos dijo que nos fijáramos en los tapices de las paredes, que tenían más de un siglo de antiguedad. Isa y yo no hablábamos, sólo mirábamos a nuestro alrededor. Llegamos a un gran salón de gigantescos ventanales, la luz entraba a raudales y en un principio nos costó acostumbrar la vista a tanta claridad. Olía a humedad. El salón era de un color rojizo y sus paredes estaban llenos de cuadros y tapices, parte del techo estaba medio derruido, en el centro había una mesa grande de madera, con sillas robustas a su alrededor, a la derecha había dos cómodas butacas de color verde botella y entonces, vimos a María.
Me impresionaron sus ojos, grandes y luminosos, grandes conocedores de la historia por todo lo que habían visto. Su pelo era blanco como el algodón, sus manos apenas temblaban, algo inusual en una anciana, estaba ahí sentada, agarrada a su bombona de oxigeno, prisionera de ella. Al vernos sonrió y su rostro se iluminó, dándonos las gracias por ir a visitarla, le encanta la gente joven porque trae frescura y juventud no solo a su casa, también a su vida y "al escucharos despertáis mi corazón", nos dijo con voz paciente. Se levantó como pudo y nos dio dos sonoros besos a cada una. Con paso lento nos enseñó su casa y en cada estancia se detenía pensativa, miraba todo con sus grandes ojos y nos contaba la historia de cada habitación. Sus pinturas, sus paredes, las fotografías. María fue extremadamente guapa en su juventud. Durante el recorrido por las habitaciones yo observaba todo en silencio, de vez en cuando Isa y yo nos mirábamos con complicidad, estabamos asombradas, transportadas a otra época, a otra vida. Y así pasamos la tarde.

Al despedirme de María le di un fuerte abrazo, era como si la conociese de toda la vida, ella nos rogó que volviéramos a visitarla algún otro día y que nos seguiría contando historias de su juventud, que así ella se sentía viva y joven de nuevo.
Al abandonar el edificio Isa y yo estuvimos calladas un buen rato, andando por la calle, nos costó volver a la realidad.

1 comentario

Marta -

La historia es de verdad?
Es impresionante como se puede recordar ciertas cosas, y luego transmitirlas como si estuvieramos también allí.