El embrujo del mojito
Todo comenzó más o menos a las siete de la tarde, cuando todos pusimos un pie el en Ranchón Cubano. Nuestro propósito era tomar sólo un par de mojitos e irnos a casa para cambiarnos para salir. Ja! La primera ronda comenzó tranquilita, todos sentados en las mesas de fuera escuchando la música...con la segunda ronda ya nos fuimos acercando a la pista de baile y a la tercera ya estábamos en medio de la pista gritándole al grupo lo típico de: otra, otra...En fin, que el sábado el Ranchón no fue el embrujo del amor sino más bien, el embrujo del mojito.
A la cuarta ronda ya nos perdemos un poco y hay lagunas que no nos dejan recordar con claridad que fue lo que ocurrió aquella noche. El chiringuito lleno de gente y no sé como pero siempre teníamos un mojito en la mano, entre baile y mojito nos plantamos a las cinco de la mañana. A esa hora ya no éramos personas normales, habíamos perdido por completo el norte y bailábamos que nos creíamos latinas, nos faltaba hablar cubano.
Hasta la hora que decidieron arrastrarnos a casa en contra de nuestra voluntad hubo un poco de todo: subidas al escenario, ser capaz de bailar con dos bandejas de comida en la mano, alguien que se cae a la arena y arrastra a la otra al suelo, un chico salvador que la recoge en volandas, y un coche que se queda encallado en la arena hasta la mitad...y como no, al día siguiente una familia entera muda y sonámbula deambulando por la casa en busca del Neubrufen 600.
Hemos llegado a la conclusión de que ese lugar te embruja, tanto que hasta te hace perder la memoria así que si alguna vez vais por allí tened mucho cuidado y fijaros muy bien en que clase de mojito os sirve el camarero.